domingo, 25 de enero de 2009

UN REFUGIO EN EL CAOS

LAS MONJAS DE CLAUSURA VIVEN EN SU PROPIO MUNDO, IGNORANDO LOS BIENES DE LA SOCIEDAD DE CONSUMO

En medio del estrés y de la prisa que invade la sociedad actual, todavía quedan sitios donde se respira paz. Lo podremos comprobar si nos acercamos a cualquiera de los conventos pertenecientes a las siete federaciones de monjas clarisas existentes en España. Esta casa sigue la primera regla instaurada por Santa Clara en 1219, que impone los votos de pobreza, castidad, obediencia y clausura. En uno de estos conventos residen diez monjas cuya identidad prefieren mantener en el anonimato. Las religiosas viven exclusivamente de su trabajo, mediante la confección de material textil para una firma de decoración. Una de las hermanas explica el horario que siguen rigurosamente cada jornada. “A las siete de la mañana comienzan las laudes, las primeras oraciones del día. Tras ello desayunamos y continuamos nuestros rezos hasta las nueve y media, hora en la que comenzamos a trabajar en nuestra labor de confección. Después de comer tenemos una hora de recreación en la que se nos permite hablar. Tras media hora de silencio riguroso, continuamos nuestras oraciones hasta que volvemos al trabajo. Más tarde rezamos el rosario y a las siete de la tarde se oficia la misa con el párroco. Las novenas son las últimas oraciones del día”. El examen de conciencia es el postrero acto personal que deben desarrollar las monjas, hasta que llega la hora de descansar en su celda, sobre las diez de la noche. Durante toda la jornada las hermanas clarisas deben permanecer en silencio, hablando con sus compañeras sólo para lo estrictamente necesario y en voz baja. Estas mujeres no ven la televisión, no tienen conexión a internet ni reciben periódicos. “Tenemos una radio en el salón que la abadesa pone a la hora de los informativos y nos transmite los últimos acontecimientos, sólo en caso de noticia de grandísima relevancia, como por ejemplo el atentado de las Torres Gemelas en Nueva York”. Las monjas tampoco viajan, sólo salen del convento para ir al hospital o centro de salud, siempre que la gravedad de la enferma no le permita ser atendida allí mismo por el médico de cabecera. Las diez hermanas clarisas llevan toda una vida juntas. “Yo entré a los veinte años”, nos cuenta una de ellas; “lo tenía claro desde los trece –continúa- pero mi padre no me dejó. A los diecisiete, tanto mi familia como mi confesor me aconsejaron que esperara, porque todavía me podía enamorar y formar una familia, pero yo tenía claro cuál era mi vocación: entregar mi vida a Dios”. Y lejos de arrepentirse, esta hermana afirma tajantemente que“no cambia su vida por nada del mundo”.
Y es que la vida contemplativa consiste en “alabar y orar al señor”. Existen religiosas externas que pueden salir del convento para ejercer el apostolado o realizar labores de caridad, pero no es éste el caso de las hermanas clarisas. Las Orientaciones Morales ante la Situación Actual de España, redactadas en Asamblea Plenaria por la Conferencia Episcopal, subrayan la necesidad del ejercicio de la caridad “para los inmigrantes, los que no tienen trabajo, los que están solos, los jóvenes que pueden caer en las redes de los explotadores de la prostitución, las mujeres humilladas y amenazadas por la violencia doméstica (..)” entre otros casos. Un trabajo que sin embargo no está destinado a las monjas de clausura, ya que ellas se dedican, según sus palabras, a otorgar “fuerza y valentía” a través de la oración para quienes desarrollan éstas actividades.
Las hermanas viven al margen de la sociedad, pero encuentran sus razones para ser críticas con ella. La celeridad del día a día, que ahuyenta la reflexión, y el consumismo exhacerbado son las principales. Motivos que según la Conferencia Episcopal, impulsan “el proceso de descristianización y deterioro moral de la vida personal, familiar y social”. Esta posible crisis de conciencia en la sociedad, y sobre todo en la juventud, “viene acompañada -en opinión del teólogo Isidro López- de una falta de vocaciones a nivel general”. “No sólo la religión sufre este fenómeno”, añade el religioso, asegurando que la pérdida de referencias conduce a que los jóvenes no se vinculen con casi ninguna causa social o cultural. Este proceso de transformación de los valores ideológicos, religiosos o morales es, para el profesor de Marketing Ángel Agudo “resultado de la propia evolución social”, de forma que los anhelos o deseos de cada uno pueden ahora ser satisfechos a través de productos o bienes de consumo. “Un hombre puede canalizar su necedidad de autorealización mediante la compra de un vehículo de lujo, ya que le produce la sensación de éxito”, asegura el experto en marketing. De esta forma, podemos apreciar cómo la angustia vital que antiguamente se saciaba a través de la religión, ahora encuentran sustitutivos más asequibles.
Temas como el aborto, el matrimonio homosexual o el divorcio express también son duramente criticados por las hermanas clarisas, compartiendo, de este modo, los preceptos de la Doctrina Social de la Iglesia. No obstante, la discrepancias con la sociedad que les ha tocado vivir no son óbice para que las hermanas reconozcan la finitud de una Iglesia “creada por santos y pecadores”; una institución limitada por las carencias humanas, pero que no renuncian a seguir “porque la Iglesia es madre, y por lo tanto debemos amarla”, intentando siempre obrar correctamente para dirigirla y fortalecerla. Las hermanas clarisas saben, sin embargo, que su devoción no es compartida por todos los sectores de la sociedad. Este mismo convento contaba con más del doble de religiosas hace unas décadas. Las monjas se muestran poco optimistas ante el futuro.“El problema es la falta de fe y la baja fecundidad”, asegura una hermana clarisa, quien determina que “es muy improbable que se subsane esta carencia si no existen familias cristianas que inculquen los valores tradicionales”. Porque, en definitiva, actualmente estos refugios de tranquilidad y reflexión no son más que pequeños bastiones que luchan arduamente por sobrevivir ante el reino de un Dios llamado consumo.

UNA VIDA CONTEMPLATIVA

La vida contemplativa es una experiencia que viene de antiguo, ya que comienza con el propio inicio de la Iglesia. La proclamación de la virginidad como virtud consagrada es el primer escalón de una larga trayectoria. En el siglo III, con la aparición de los eremitas, la contemplación se translada al desierto, no siendo hasta dos siglos después cuando se crea la primera orden religiosa dedicada a la vida de clausura: los Agustinos. San Benito instaura en la Edad Media la regla básica que seguirán todas las comunidades religiosas de clausura a partir de ese momento: el ora et labora. Desde entonces hasta ahora han proliferado innumerables grupos religiosos adeptos a la meditación y la vida en soledad. Actualmente en España existen más de 38 monasterios masculinos, con más de un millar de monjes y un total de 911 conventos de hermanas de clausura en los que habitan 13.000 monjas. Los principios de ofrecer a Dios la vida en su dimensión trascendente y de ejercer la oración bajo el fundamento de la Comunión de los Santos, guían la existencia de estas comunidades. Sin embargo, estos preceptos no son tan duros como antaño, ya que a través de los decretos Perfectae Caritatis y Ad gentes del Concilio Vaticano II, Juan XXIII engrandeció la vida contemplativa a la par que suavizó sus normas más austeras. Así, a partir de mediados de los sesenta los religiosos pudieron “insertarse en la sociedad de una forma más definitiva”, gracias a medidas como la supresión de la segunda reja que impedía casi por completo la visibilidad entre las monjas y sus visitantes, o la desestructuración de la jerarquía entre los religiosos. Según el teólogo Isidro López, Juan XXIII pretendió, a través del Concilio Vaticano II, “volver a los carismas fundacionales de la vida de clausura, que en un principio no fueron tan rígidos, ya que lo que lo que primaba era el espíritu, no la forma”. Con el tiempo “se habían afectado las formas y reglas en demérito del fondo”, perdiendo la esencia y el significado de la contemplación. Desde entonces, la vida contemplativa se ha ido adaptando a los cambios de la sociedad, salvándose así de su extinción.

[Publicado en La Clave, nº 364, del 4 al 10 de abril de 2008]

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